Todos nos hemos mirado alguna vez frente al espejo sin saber exactamente qué es lo que estamos viendo. Algunas veces nos complace el resultado de lo que nuestros ojos detectan y otras veces nos avergonzamos. El motivo por el cual nuestro ánimo varía tan drásticamente la opinión sobre nosotros mismos y sobre todo lo que nos rodea, sea vivaz o inerte, es refutable. Nuestros corazones son demasiado sensibles, pero también, a pesar de ser extremadamente propensos a lastimarse, tienden a autoadaptarse a las situaciones que se le presentan. Aprende rápidamente de lo que vive, creando una coraza de manera que si la situación se repite, no sucumba el dolor. Pero también, esta coraza se encierra en sí misma, no permitiendo que nada se acerque a uno mismo. Pero, ya sea la decepción, el desamor o el olvido termina llegando a nuestro aterrorizado corazón, que se encontraba anestesiado por el amor y, lo único que puede llegar a escarbar a través de nuestra coraza, terminando por hacerla desaparecer, es el amor. Sea falso o real, puede lograrlo. Nuestro corazón no logra distinguir de esto, aunque en realidad, nada ocurre en el corazón, dado que este es un órgano encargado de bombear la sangre de nuestro cuerpo. Por otro lado, eso a lo que nosotros simbolizamos como “corazón” es en realidad una parte de nuestro cerebro, llamada Lóbulo Frontal, la cual al elaborar su estructurado plan de emociones e impresiones, por más que el lado del razonamiento comprenda que no se nos tiene aprecio alguno, nuestro “corazón” no razona, pues se encuentra alienado por la droga del amor.
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