No permitas que tu fulgor iridiscente,
Radiante y traslucido,
Se opaque y apague ante el mundo,
Haciéndote parecer penumbrosa.
Pues no olvides,
Que ante tus hombros,
Blancos y delgados,
Fríos y cansados,
Recae la carga de tu nombre,
Tallado en la roca,
Junto al peso grueso,
Escrito en acero forjado,
Por los sangre de tu sangre;
Unidos por el tiempo,
Como si este fuera pegamento,
En la historia.
Recuerda que tus pasos,
Serán marcados,
Con la tinta roja que corre,
Libre y eficiente,
Por tus venas.
Eres lo que eres y ante ti confío,
Que temo los Dioses,
No me hallen digno,
Y aquí en mi lecho de muerte,
A un paso pronto,
De volverme un simple cuerpo inerte,
Me dejen al desvarío.
Por eso a ti te revelo,
Que ante todo y mas temo,
Que cuando mi alma se disperse,
Mi amor por ti quede al olvido,
Solo en el viento,
Solo en el río,
En la noche y en el silencio,
Guardianes de mis secretos.
No te rías de mi desgracias,
Puesto que mi corazón aun siente.
Y no llores cuando no me encuentre,
Pues aun tus lagrimas duelen.
Mejor aun celebra mi ida,
Y acompaña mi presencia,
Así mis últimos días,
Seran los primeros inmortales,
Que en tu digna memoria,
Quedaran presentes.
As
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