Las almas forajidas normalmente no reconocen la perturbación que les envuelve. Creen que el aislamiento es parte de su propio escrúpulo incomprendido. Como Sansula, resuenan por los vientos y los mares, atraviesan el espíritu. Pero como un olvido, una pizca de un algo que no saben donde quedo. Que el recuerdo anhela conocer pero que por mas que intenta, solo ve reflejos de un sentimiento incomprendido.
Sus corazones se astillan, cual madera de mármol. Sin recuperación.
Y no hay esfuerzo, no alabanza ni gloria. No hay ya abrazos ni sonrisas que iluminen la noche y hagan resurgir el sol. Eternamente olvidados en el mundo, sin velas, lunas ni amor.
Como susurros del alma y versos del corazón. La suplica aumenta y grita a los cielos, ya sin emoción. Con aquel cristal fracturado, que en el último golpe se quebró.
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