Siempre fui una persona independiente. La simple idea de tener que corresponder a alguien me agobiaba. Siempre tuve que cuidar a otros y hacerles felices, estaba acostumbrada. Pero la idea de tener alguien a mi lado, le tenía anhelo y temor. Podía ser libre en la vida que tenía con mi imaginación. Mi mente, mis pensamientos volaban cual mariposas y podía irme a cualquier otro sitio lejos de esta tempestad.
Jamás supe lo que significaba tener una "otra mitad". Con ello, parecían mas fantasías para distraer mi mente de la realidad.
La primera ves que descubrí un auxilio en las palabras tenía 5 años. Mi fascinación por lo que me rodeaba podría duplicar mi ilusión del ahora. Y al hoy por hoy, mi razón de vivir siempre ha sido a nombre de la vida. Muchas veces sin siquiera saber de que hablo. Defendiendo razones que no me defenderían a mi. Pero apenas hoy lo entiendo.
Como iba diciendo, la primera ves que supe que jamás dejaría de escribir, tenía cinco años. Toda mi vida me habían dicho que era especial. Cautelosa, evitando que escuchen, mi madre lloraba y me decía, algún día cambiarás el mundo. Pero, el mundo es algo tan relativo. Acaso el mundo del caracol no es jardín en el que deambula?
Aun hoy en día, no lo se. ¿Porqué deberían cambiar el mundo? ¿Acaso cada cambio que se hizo, no terminó por empeorar las cosas? No tengo la respuesta. Aunque crea tenerla, lo único que se es que nada se.
Entonces, cuando tenía cinco años, fue el inicio de mis desahogos. Desde los dos años, había parafraseado descripciones de sentimientos y objetos mientras deambulábamos en nuestros viajes sin rumbo. Buscando algo que no sabíamos que era. Pero no voy a hablar de mi vida en si en este artículo, sino del porque escribo. Cuál es su origen.
La verdad, ni siquiera yo lo se. Solo se que ese día, en ese momento, fue el único remedio. Era un taller de artesanía que habíamos hecho al fondo de la casa. Tenía muchos usos, pero ese era el principal. Mi madre estaba con mi abuela en la cocina. Quien en aquel tiempo consideré mi padre, hacía figuras de resina. Cuando era pequeña, no había mayor alegría que ver a mis padres esculpir. Sonará loco, considerando la edad que tenía, pero lo recuerdo perfectamente. El olor como un carbón metalizado, que invade tus pulmones. Los detalles en la masa aun blanda. Las piedras preciosas que iban incrustadas meticulosamente.
Pero aun así, ese día no recuerdo nada de esos momentos felices. No recuerdo que animal vi en el jardín, ni que escultura laboraba. Creo un elefante. Si, ese era. El elefante con la enorme amatista en su vientre y las turquesas en sus pies. Con un lindo cintillo de aguamarinas. Al final jamás se terminó y quedo en el olvido, quien sabe donde. Quizás le vendieron y nunca supe.
Desde que nací, todo lo que conocía era libros, naturaleza y estudios. Una típica Hippie, con toques Wiccanos, podría decirse.
Para aquel entonces, estudiábamos geografía. Siempre había tenido una barbara obsesión con estos globos terraquios miniatura. Algo así como una ironía humana que te hacía sentir que al tenerle en tus manos podías tenerlo todo a tu alcance, tener el control de lo que te rodea. Mucho después fue que aprendí una gran verdad sobre esto.
Cómo dije, estudiaba Geografía. Recuerdo perfectamente que me tocaba aprenderme todos los países de Asia con sus ciudades. Para aquel entonces, no tenía mucho dominio en Mandarín así que me tomaba mas tiempo en aprender a pronunciar y escribirlos. Recuerdo que me preguntaron el río principal de Turquía. Como podía yo en esos momentos diferencia si el Eufrates o el Tigris era mayor, por lo tanto, principal. Conocía los nombres, pero mi mente no terminaba de decidirse por cual era mejor. Eso solamente me había ocurrido un año atrás con la tabla del siete y había prometido no se repetiría. Y les aseguro, desde siempre he sido alguien de palabra.
Por lo mismo, la culpa de que se repitiera me carcomía. Después de ese momento estructuré mi mente para jamás permitir que nada se me olvidara, una imperfecta perfección. Que duraría hasta mis 17, cuando conocería a mi primer gran amor. Tan solo otro temple de vidas caóticamente hermosas.
Al parecer, defraudé a las personas con mi olvido. E invadió el desespero a aquel que en aquellos días podría haber considerado mi padre. Y fue ese día, cuando tomé el control de mis pensamientos y pude dominar mi espíritu. Aunque haya sido algo eufórico, pude conocer un instante al que luego le conmemoraría como el etérico. Mi eterno tesoro. Mío y de muchos. Pero mi paraíso duro poco. Hubo un sabor que invadió mi boca, pero mas que metálico como muchos dicen, me fue dulce como una anestesia naturalmente pacífica. La mente se me nublo y me dolía mucho. Solo habían pasado 5 segundos en mi silencio. Vi a mi madre llegar, ella lo había visto todo. Y aun hoy en día la piel que cubre mi cuello, ahora escondida por cabellos dorados como ríos mas que resortes, esconden ese crucial momento de mi vida. Y vi a mi madre llorar.
Y con sus lagrimas se callaron las mías. Decidí jamás volver a mostrar debilidad. Me arme de valor y me lleve a mi madre. Aunque no voy a mentir, no la lleve. Le pedí que viniera conmigo y me siguió.
Ella estaba destruida en llanto. Jamás le decía madre, a pesar de mi gran amor por ella. Y ahí me percaté de mi insensatez. Le hice las maletas con lo que yo a esa edad consideré oportuno. Aun hoy en día creo que fue lo correcto. Mi abuela solo decía que ella sabia, ella sabía. Le dije a aquel que me siguiera abrí la puerta y lancé sus cosas a la calle. Me había costado un esfuerzo enorme levantar ese bolso pero no demostré ningún pesar. Y sin sonrisa ni lagrima, sin gritos ni emoción. Tan solo exclame "te vas pues ya no eres bienvenido", y tal cual conjuro, con el viento saco los pies de la calle, según hoy dicen en contra de voluntad o sorprendido por mi boca al pronunciar esas palabras. Mi madre intento calmarme, pero no me arrepentí y hasta mi etapa del hoy, jamás me había arrepentido de nada. Pero bien aseguro, de ese día, no lo hago. Volvería a cerrar las puertas con todas mis fuerzas, caminar hacía el taller, volvería a cerrarle y jamás miraría atrás.
Con ello, jamás pude volverme a ubicar en direcciones ni grabarme de memoria inmediata las capitales. No fue sino 5 años después que decidí remediar ese detalle.
Pero, aun así, no hay nada que cambiaría de ese momento, pues incluso el dolor y la penumbra, me hicieron lo que soy hoy.
Y no fue sino hasta la noche, cuando me mandaron a dormir a las 7 y escuchaba las voces de los adultos hablar sobre lo sucedido afuera, que decidí tomar una hoja y escribir las emociones que hasta el día de hoy jamás reí, jamás hablé, jamás lloré. Y aun en este momento, conservo aquella hoja que constata mi promesa de ser fuerte y jamás demostrar emoción alguna si así debe ser.
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